27 de junio de 2014

Adiós, Ana María


Hace dos días, mientras trabajaba, me enteré de la muerte de Ana María Matute. Una gran pérdida para el mundo de las letras, en el que consiguió galardones tan importantes como el Cervantes, el premio Nacional de las Letras, el Planeta y el Nadal. Para mí personalmente, su fallecimiento supone la pérdida de la persona a quien debo mi afición a la escritura y, concretamente, a los cuentos. Fue leyendo sus cuentos de niños tristes y desamparados que nacieron en mí el amor por el género y el deseo de escribir. A los 12 años, inspirada por los suyos, comencé a escribir mis primeros cuentos cortos, y una novelita a la que pomposamente titulé "La mansión de Cheventry". Casi todos ellos -novela incluida- se han perdido en varias mudanzas, mías y de mis padres. Lo mismo que la mayoría de los cuentos que muchos años después inventé para mis hijos, y que nunca llegué a escribir. Lo que no se perdió nunca es la inspiración que le debo a esta mujer tan importante en mi vida. Aunque en los últimos años, sean más los ratos que paso sumida en la frustración del folio en blanco que en la escritura.

Gracias, maestra. Descansa en paz.


30 de mayo de 2014

Los escombros de lo efímero


Cuántas veces había escuchado a su madre, desde que era apenas un chaval de pantalones cortos y rodillas descarnadas, que nada es para siempre. Y sin embargo, había tenido que llegar a la cuarentena para comprenderlo realmente. Tanto tiempo creyendo que la felicidad emanaba de la permanencia  de las posesiones: poseer a alguien y ser poseído, contar con una casa, un coche o un buen despacho. Y ahora que, de repente, no poseía casi ninguna de esas cosas, su vida transcurría de forma apacible y, la mayoría de los días, salía a la calle con una sonrisa en su rostro y un brillo infantil en la mirada. Ya no esperaba nada de nadie, sabiendo que todos iban de paso por su vida. Procuraba no sentirse triste ante lo efímero de las presencias amables, que en los últimos tiempos pasaban fugazmente de camino hacia otros destinos. Solía pensar que todos ellos habían caído por azar a su lado, como viajeros de un tren de largo recorrido que tuviera que detenerse por accidente en un apeadero no programado. No esperaba que nadie decidiera quedarse; se consideraba sencillamente afortunado por cada pequeño gesto de cariño recibido. Todos habían sido un regalo extraordinario. 

Sentado sobre una roca frente a aquel mar de color gris que rizaba su superficie con el viento, comprendió que ahora, con los bolsillos más vacíos que nunca, era razonablemente feliz. Porque había aprendido, casi sin darse cuenta, a guardar los escombros, las virutas de los momentos felices. Ahora que todo en su vida era efímero, bastaba agradecer, simplemente, que pasara.  


19 de abril de 2014

Aún me necesitan. O no.



Mi hijo lleva fuera de casa 12 días. Es la primera vez que viaja sin sus padres. no porque hayamos sido de unos padres excesivamente protectores en ese sentido, sino porque hemos respetado siempre sus deseos a la hora de trazar los planes vacacionales. Y estos chicos, no sé por qué, nunca han querido ir ni siquiera de campamento. Ahora el pequeño está en Nueva York, de intercambio. Ha viajado con otros 22 compañeros de clase y con tres padres voluntarios del AMPA. Salvo contadas excepciones, mi vida durante estos días se centra en recibir noticias suyas, generalmente a través de los tres padres acompañantes, que cada día nos envían fotografías e información sobre los chicos. 

Hoy he tenido noticias de mi hijo. Aleluya.


En cuanto he recibido la notificación de su mensaje de whatsapp, he pegado un brinco llevada por el impulso del amor materno. Se acuerda de mí -he pensado-, le apetece contarme lo bien que lo está pasando, decirme que tiene ganas de volver, que me quiere, dejarme tranquila respecto a su fiebre de los primeros días, sentir el contacto tranquilizador de su madre... 

Ay. Una lágrima vibra indecisa en el borde de mis pestañas. Abro el mensaje.

- ¡Mamá! ¿Me metiste dólares en algún otro sitio aparte de la cartera y el bolsillo de la maleta?!

Muero de amor...

Y me pregunto también si debo de llamar al dentista para una revisión, a su vuelta de Nueva York. El tercer escondite que utilicé para los dólares era su bolsa de aseo.