2 de abril de 2013

Qué importa


(Foto: Tullius Heuer)


Qué importa que me quieras si no quieres quererme
Qué más da que en la noche te repitas mi nombre
Si al llegar la mañana te sacudes el sueño
Desterrando un recuerdo que empañaba tu paz.

Qué importa que me quieras si no quieres quererme
Que luches con tus ganas cuando a veces me ves
Que digas que te cuesta dejar de responderme
Si sabes que al no hacerlo, me duele el corazón.

Qué importa que me quieras si no quieres quererme
Qué importa que sonrías cuando me tienes cerca
Si me acerco y te escapas, aprisa por no verme
Porque mi cercanía no la deseas más.

Qué importa que me quieras si no quieres quererme
Que demuestres tus celos cuando conozco el mundo
Cuando busco los besos, al fin, de cualquier otro
Porque aunque no me quieras, no me dejas partir.

Qué importa que me quieras si no quieres quererme
Qué importa si es con otra con quien quieres dormir
Y apretarte a su cuerpo intentando olvidarme
Y borrar el recuerdo de mi olor en su piel.

Qué importa todo ahora que lloras mi partida
Susurrando un "te quiero" que nunca te escuché.



15 de enero de 2013

Pastillas para no soñar

Fotografía: Anna Adén, vía Cultura Inquieta


Leía hace unos días una entrada de mi amiga Mercè Roura en su blog La rebelión de las palabras, en la que habla de la capacidad para desprenderse de las ataduras y ser uno mismo, iluso muchas veces pero al fin y al cabo vivo y ardiente. Me gustó mucho, como todo lo que ella escribe, porque tiene una mente incansable y prodigiosa y maneja el lenguaje con una soltura para mí envidiable. Me gustó, y me hizo reflexionar. Sobre lo efímero de esta única vida que tenemos, sobre tanta y tanta gente que muere sin haber vivido, sobre los riesgos que entraña vivir apartando miedos y tomando trenes. 

Confiar en la gente, perseguir ilusiones, devolver sonrisas sin pensar que probablemente la que nos han mostrado, no es más que un gancho para atraparnos, para hacernos daño cuando hayamos bajado nuestras barreras... todo esto conlleva muchos riesgos. Por eso tal vez, los seres humanos cargamos sobre nuestras espaldas con tantos miedos. Porque del mismo modo que en los primeros tiempos, el miedo ayudó a nuestros ancestros a defenderse contra los predadores, hoy en día sigue siendo el miedo quien nos dice "no tomes ese tren... puedes salir lastimado".

Vivir la vida tal como llega, confiar en las personas, ilusionarse por amor, soñar despierto, son actitudes que indudablemente pueden llegar a causar dolor, porque ponemos nuestro yo más auténtico y vulnerable en manos de los otros. Unas veces saldrá bien, y otras, nos destrozarán el corazón como un papel de seda arrugado entre las manos. Nos llevaremos algunas decepciones, pero también un buen puñado de vivencias positivas. Francamente, creo que merece más la pena una vida de verdad que no dure cien años, que una larga vida anodina y segura, sin sobresaltos, taquicardias, aventuras e inseguridades que nos acompañen cuando partamos.

Como dijo hace más de cien años Harriet Beecher Stowe, la autora de La cabaña del tío Tom: "Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas".





Pastillas para no soñar (J. Sabina)


Si lo que quieres es vivir cien años
No pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños
Olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigas,
Mantente dentro de la ley.
Si lo que quieres es vivir cien años
Haz músculos de cinco a seis.

Y ponte gomina que no te despeine
El vientecillo de la libertad.

Funda un hogar en el que nunca reine
Más rey que la seguridad.
Evita el humo de los puros,
Reduce la velocidad.
Si lo que quieres es vivir cien años
Vacúnate contra el azar.
Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más
Y si protesta el corazón

En la farmacia puedes preguntar:
¿tiene pastillas para no soñar?

Si quieres ser Matusalén
Vigila tu colesterol
Si tu película es vivir cien años,
No lo hagas nunca sin condón.
Es peligroso que tu piel desnuda

Roce otra piel sin esterilizar,
Que no se infiltre el virus de la duda
En tu cama matrimonial.

Y si en tus noches falta sal,

Para eso está el televisor.
Si lo que quieres es cumplir cien años
No vivas como vivo yo.



Si tú supieras

(He tomado la foto de aquí)

Julia llega a casa agotada tras un día como muchos otros: nuevos informes que realizar en el trabajo, llamada de la tutora del niño solicitando una reunión urgente -la tercera del trimestre-, revisión con la niña en el ortodoncista, llevar prendas a la tintorería, hacer la compra, pasar por casa de su madre tras recibir una llamada de socorro por culpa de una gotera... Lo único que le apetece es que lleguen las once.

Después de cenar los cuatro juntos, se aísla durante unos minutos del mundo dándose una ducha. El contacto del agua templada alivia su cuerpo cansado. Permanece varios minutos inmóvil bajo el chorro de agua con la mente en blanco, dejando que ésta golpee su cabeza y deleitándose de esos escasos momentos a solas. Después, se seca lentamente y se pone un camisón y un kimono que le trajo Roberto de uno de sus viajes de negocios, hace mucho tiempo. Un rato más tarde, una vez acostados los niños, es él quien le da las buenas noches con el habitual beso fugaz en los labios, pidiéndole como siempre que no tarde mucho en acostarse.

Las once. Julia está por fin sola en el salón de su casa, hecha un ovillo en su sillón preferido, y enciende el portátil que ha apoyado sobre su regazo. En la televisión, de fondo, se suceden las imágenes de una película romántica en blanco y negro, una de sus favoritas. Cinco minutos más tarde, la ventana de chat emerge en su pantalla: 

- Buenas noches Julia-.

Una sonrisa ilumina su rostro, el cansancio acumulado queda en el olvido y la alegría la inunda, de pronto. Hoy, exactamente igual que las primeras veces, hace ya más de un año. Por suerte, siempre está sola a esas horas. Si alguien viera su cara en esos momentos, sabría lo feliz que se siente, libre y dueña de su vida. Disfruta los minutos como si el día estuviera empezando, en lugar de estar casi acabado, y responde:

- Buenas noches Johnny-.

Comienzan a charlar, se cuentan lo que han hecho desde la noche anterior, sus sueños, sus deseos, y también, tímidamente, sus sentimientos. Obvian hablar sobre los otros: las personas con las que comparten su vida. Ella le cuenta que le ha echado de menos, él le dice que ha pensado en ella mientras sonaba una de sus canciones en la radio del coche. Fantasean sobre ese viaje que quisieran hacer juntos si pudieran verse, si vivieran cerca uno del otro, si fueran libres. Hablan y hablan durante más de dos horas, que a ella se le antojan apenas minutos.

- Tengo que irme, es ya muy tarde-, dice ella al fin, sin muchas ganas. -Sí, acuéstate ya. Pensaré en ti antes de dormirme, imaginando que te abrazo muy fuerte- contesta él - Mañana te esperaré aquí, a la misma hora. Buenas noches, Julia-.

- Buenas noches, Johnny, un beso-. 

Julia apaga su portátil, la televisión y las luces del salón y se dirige apresurada hacia el dormitorio, quitándose el kimono por el pasillo. Son casi las dos de la madrugada y la casa se ha quedado fría. Siente un escalofrío. Al llegar a su cama, se mete casi de puntillas, procurando no despertar a Roberto. No quiere que esto ocurra, porque teme que pueda mirar la hora en el reloj de la mesilla y preguntarle qué ha estado haciendo hasta tan tarde. A ella no le gusta mentirle, no sabe cómo es capaz de ocultarle lo que está viviendo a sus espaldas y es consciente de que le duele engañarle.

Se acuesta de costado casi al borde de la cama y recuerda cada una de las frases de la conversación mantenida con Johnny, mientras mira distraídamente hacia la ventana. La persiana no está completamente bajada, y entre sus tablas se filtra la claridad de la farola. A su lado, Roberto yace también de costado. Hace sólo un minuto que ha apagado también su portátil y se ha metido en la cama deprisa, sabiendo que ella estaba a punto de llegar. Y permanece inmóvil, junto a ella, aspirando el perfume a melocotón que desprende la piel de su mujer, y pensando en el brillo renovado de sus ojos desde que comenzó a hacer esta locura, hace más de un año.

- Julia, si tú supieras...-.





Hoy, 16 de enero, mi amigo Gabriel Aúz, cuyo blog os recomiendo vivamente, me ha sugerido este vídeo de Jorge Drexler para ilustrar la entrada, y no me ha podido parecer más acertada su idea. Espero que os guste: