13 de febrero de 2012

@microcuentos de fin de semana

Recuerdos


Descubres que los recuerdos que guardaste 
existieron solamente en tu memoria.
Y los liberas de ti. Y sin el peso que suponen, vuelas.

* * * * * *

El inventor trabajaba en su taller día y noche,
inventando lo mismo máquinas del tiempo que recuerdos
de un pasado que nunca vivió realmente.

* * * * * *

Una tarde, abrió la cajita en la que atesoraba 
sus recuerdos, y encontró entre éstos las cenizas
de los que había inventado.


Melodía


La bruja encerró en la torre al juglar, obligándole
a crear una melodía sólo para ella.
Fue tan hermosa, que al oirla lloró y le dejó ir.

* * * * * *

Dormir junto a ti, con el cielo estrellado sobre nosotros,
la arena fresca de la playa como lecho
y el romper de las olas como melodía.



7 de febrero de 2012

@microcuentos de Soledad

-¡Cómo la quieren sus hijos,
María!- dijo la monja. 
Ella, sonriendo, soltó una 
lágrima. Pasarán otros
6 meses hasta que regresen.

* * * * * *

Todos cantaron. Soplando 
las velas, cerró los ojos. 
Deseó: rodearse sólo de 
quien lo quisiera.
Abrió los ojos y estaba 
solo.



* * * * * *

-Firma aquí, mamá-. Los empleados del asilo ya estaban allí. 
María sabía que firmaba su destierro, pero eran sus niños, y firmó.


* * * * * *

Pasó todo el verano en el asilo, añorando el mar de otros años. 
Decidió morirse el 29, para fastidiarles los últimos días.

* * * * * *

Villancicos en casa de los vecinos, risas, panderetas. 
María en su sillón, sin hambre, no sabe que es Navidad. Lo ha olvidado.

* * * * * *

No recordaba los nombres de aquellos niños, pero viéndolos jugar sonreía. 
No sabía quiénes eran ni por qué le decían "te quiero abuelita".


* * * * * *


Unieron sus soledades pretendiendo así sentirse acompañados,
mas nació entre ambos el abismo de la incomunicación.


* * * * * *


Puede ser más asfixiante la soledad de quien vive
rodeado de gente, que la del pastor rodeado
sólo de animales, monte y cielo.


* * * * * *


Huyendo de la soledad dejó la montaña por la ciudad. La frialdad
de la gente y su hipocresía, le hicieron sentirse más solo.


* * * * * *


Vivía en el seno de una gran familia, en una gran ciudad.
Era relaciones públicas. Y nadie entendía
que cada noche llorara su soledad.


* * * * * *


El mantel de damasco, el centro de mesa, las copas de Bohemia, las velas, 
y un único plato de filo dorado. Feliz Nochebuena Soledad.


* * * * * *


-Ojalá que cuando esté muriendo, y los que
me abandonaron vuelen a mi lado, se enteren que
derroché su herencia en el casino-.



4 de febrero de 2012

La estatua de hielo (Cuento)

Tras la cruel guerra que asoló la comarca durante tres años llevándose a su familia, la vida en aquella casa grande y vacía se le hizo insoportable. Un buen día, tomó la decisión de alejarse de todo y empezar de nuevo en un lugar distinto, con la esperanza de borrar los recuerdos dolorosos de las voces de los suyos, cuyos ecos retumbaban cada noche en las frías paredes de la casa.
 
Cerró el taller. Miró por última vez las florecillas blancas de Edelweiss que su mujer había plantado cuando se mudaron al pueblo y se trasladó a la montaña, a unas cuántas millas de la aldea más cercana. Y construyó una pequeña casa de piedra y madera en un prado bordeado de abetos y cipreses. Cerca había un riachuelo de agua helada, el comienzo del río en el que pescara tantas veces con su hijo, unos años antes, en el valle. Al principio, el contacto con la naturaleza fue como un bálsamo para su ánimo y las jornadas pasaban veloces, ocupado en la construcción de su nuevo hogar. La noche le encontraba siempre tan cansado, que conseguía dormir unas horas, lo suficiente para seguir trabajando al día siguiente.
 
Pasó la primavera, que sembró de flores el prado en torno a la casa. Pasó el verano, que inundó de luz sus días y alegró sus siestas con el canto de los pájaros. Pero en otoño, cuando ya creía sentirse feliz en su nueva vida, comenzó a echar en falta la presencia humana. Llevaba meses sin ver pasar una camioneta ni un grupo de montañeros, ni siquiera un pastor con ovejas. Las primeras nevadas del invierno tapizaron de blanco su prado, dejando las ramas de los árboles vencidas por el peso de la nieve. El frío comenzó a colarse en su interior, y volvió a sentirse solo, más solo que nunca antes recordaba haberse sentido. Entonces, un día, decidió tallar con sus manos de artesano una estatua. No una estatua de madera como las que tantas veces había fabricado en el taller, sino una estatua de hielo que representara una hermosa mujer. Tardó cinco días en terminarla, y cuando por fin soltó el cincel y se sentó sobre la nieve a admirarla, se sintió satisfecho y feliz.
 
Cada día pasaba horas sentado junto a su estatua. Hablaba con ella, pasaba su mano por el rostro helado y le daba las buenas noches antes de acostarse. Aquella mujer de hielo se convirtió en su unica compañía, y llegó a necesitarla tanto como para levantarse ilusionado por las mañanas por salir a verla.
 
Pero llegó de nuevo la primavera, y el cielo en la montaña era cada vez más azul y luminoso. Y el sol, poco a poco, comenzó a derretir la nieve que lo cubría todo. Y un día, su mujer de hielo comenzó a llorar, deshaciéndose en un charco a sus pies. Pasó la última tarde sentado frente a ella, dejando caer por sus mejillas lágrimas saladas, mientras veía cómo su única compañera se derretía ante sus ojos, dejándolo solo, de nuevo. Vencido por el sueño y el dolor, se acostó con el corazón encogido.
 
A la mañana siguiente, pasó bastante tiempo encerrado en la casa, temeroso de salir afuera y no verla nunca más. No reunió el valor necesario hasta el mediodía. Salió despacio, se acercó al prado, al lugar donde durante meses había estado ella. El prado brillaba de un verde intenso bajo el fuerte sol de la mañana, y en el lugar donde antes estuviera su estatua, encontró la más hermosa flor de Edelweiss que nunca hubiera visto.