31 de diciembre de 2011

Vive

Un muchacho se encontraba apoyado tras el tronco de un árbol, observando sin ser visto a una joven hermosa que cuidaba las flores de un jardín. No era la primera vez que él lo veía así, siempre escondido y siempre mirándola a ella. Se acercó por detrás y le tocó el hombro.

-Muchacho- le dijo, -si yo tuviera tu juventud, no dejaría escapar la vida mirándola desde lejos. Lucha por lo que deseas, arriésgate, vive-. 

El hombre siguió su camino y llegó al puerto. Se sentó sobre un banco de piedra y se puso a mirar los barcos de pesca atracados, con sus cubiertas pintadas de azul y rojo y sus redes plegadas. Entonces, un anciano que paseaba por la orilla se sentó a su lado y le dijo: 

- Si yo tuviera tu juventud, no me quedaría ahí sentado viendo cómo se me escapa la vida. Haría todo lo posible por realizar mi sueño, pues nadie lo hará por ti-.

El anciano se levantó y siguió su camino. Una semana más tarde, en el nuevo año, el hombre se hizo a la mar. De pie en la proa de un pequeño barco pesquero, miraba ilusionado al horizonte, sonriendo feliz mientras la brisa le golpeaba el rostro inundándolo de gotas minúsculas de agua.

30 de diciembre de 2011

@microcuentos 5


Reunió el valor para soltarle
todo lo que sentía y había estado callando.
Él, bajando el periódico que le tapaba:
¿quién eres?

* * * * * *

La última campanada sonó junto al timbre de la puerta.
Abrió y encontró un pequeño frasco.
La etiqueta decía "cura contra el cáncer"

* * * * * *

Con los cohetes que lanzó en Nochevieja,
quemó el recuerdo de los que lo habían abandonado
e inició sin ellos el Nuevo Año, en Paz.
* * * * * *
Amanecía el 1 de enero.
Ansioso por comenzar su nueva vida, abrió la ventana:
los árboles pelados del día anterior habían florecido



28 de diciembre de 2011

El bonsái

Un día, una visita trajo un regalo muy especial a la casa: un pequeño bonsái de diminutas hojitas verdes. Era tan hermoso, que lo colocaron presidiendo una mesita junto al ventanal del salón. Allí, le limpiaban cada mañana el polvo de las hojas con cuidado y sentía el calor que le brindaba la presencia casi constante de los habitantes de la casa.  

Pero pasó el tiempo. Y un día, alguien se acercó hasta él y tomó en sus manos la maceta, sacándolo de la habitación luminosa donde había reinado y conduciéndolo fuera de la casa, hasta el invernadero. Por el camino, creyó ver a través de la cristalera del salón que otra maceta ocupaba el lugar en el que había vivido. Y sobre esta, una planta de tallo alto y elegantes flores blancas.

En su nuevo hogar, las visitas empezaron a ser cada vez más espaciadas. El pequeño bonsái, plantado en su maceta entre frutales jóvenes que le sacaban varios palmos de altura, veía a duras penas la luz del fluorescente que alumbraba la vida en el invernadero. La tierra de su pequeña maceta comenzó a secarse y el bonsái temía que, sepultado entre las ramas de sus vecinos, el jardinero se hubiera olvidado de su existencia.  

Pasaron los meses, llegó la Navidad, y el invernadero se convirtió en un constante ir y venir de macetas de ponsetia y pequeños abetos. De vez en cuando, el jardinero continuaba pasando por los senderos cargado con una regadera e iba regando árboles, arbustos y flores. Pero nunca más se acordó del bonsái, y mientras los demás árboles seguían creciendo, él permanecía anclado muy abajo en sus pequeñas raíces. Sepultado en el olvido.