19 de abril de 2014

Aún me necesitan. O no.



Mi hijo lleva fuera de casa 12 días. Es la primera vez que viaja sin sus padres. no porque hayamos sido de unos padres excesivamente protectores en ese sentido, sino porque hemos respetado siempre sus deseos a la hora de trazar los planes vacacionales. Y estos chicos, no sé por qué, nunca han querido ir ni siquiera de campamento. Ahora el pequeño está en Nueva York, de intercambio. Ha viajado con otros 22 compañeros de clase y con tres padres voluntarios del AMPA. Salvo contadas excepciones, mi vida durante estos días se centra en recibir noticias suyas, generalmente a través de los tres padres acompañantes, que cada día nos envían fotografías e información sobre los chicos. 

Hoy he tenido noticias de mi hijo. Aleluya.


En cuanto he recibido la notificación de su mensaje de whatsapp, he pegado un brinco llevada por el impulso del amor materno. Se acuerda de mí -he pensado-, le apetece contarme lo bien que lo está pasando, decirme que tiene ganas de volver, que me quiere, dejarme tranquila respecto a su fiebre de los primeros días, sentir el contacto tranquilizador de su madre... 

Ay. Una lágrima vibra indecisa en el borde de mis pestañas. Abro el mensaje.

- ¡Mamá! ¿Me metiste dólares en algún otro sitio aparte de la cartera y el bolsillo de la maleta?!

Muero de amor...

Y me pregunto también si debo de llamar al dentista para una revisión, a su vuelta de Nueva York. El tercer escondite que utilicé para los dólares era su bolsa de aseo.



8 de abril de 2014

Por qué escribo



Hace unos días escribí unos versos y los publiqué, como alguna otra vez, en Twitter, para desear buenas noches. Normalmente suelo dejar una cita de algún poeta, pero muy de vez en cuando, me asaltan las ganas de escribir algo propio. La última noche que lo hice, alguien leyó mis versos de aficionada sin pretensiones y los criticó al día siguiente, sin mencionarme directamente -no era necesario-. 

La crítica iba dirigida a la poca vergüenza de quienes escriben unas frases cortas con rima y creen que eso es hacer poesía. No puedo estar más de acuerdo con el fondo: admiro demasiado a los poetas, como para llegar a creer que lo que yo hago a veces, sea algo ni remotamente comparable. Sin embargo, no deja de parecerme curioso, y enormemente aventurado, que tales críticas vengan de alguien sin la sensibilidad ni los conocimientos de métrica suficientes como para agrupar cuatro palabras en un ripio. Nada sorprendente, por otra parte, puesto que aventurarse a criticar lo que ni de lejos somos capaces de hacer nosotros mismos, es un deporte muy español.

¿Por qué escribo, entonces, siendo perfectamente consciente de que no soy Shakespeare? La respuesta es bien sencilla y admite diversas opciones, a cuál más cierta. La primera razón es la más directa y fácil de responder: escribo, señores míos, porque me da la real gana. A partir de ahí, podría aducir otros motivos, como todas esas sensaciones agradables que la escritura me ha regalado, esos momentos bajos de los que escribir me ha ayudado a salir  y volver a plantarme una sonrisa en la cara. El último de mis motivos, quizá, es que hay algunas personas que aprecio y por las que me siento apreciada, que me animan a seguir escribiendo. Además, la mejor escuela de escritores es la práctica. Y, aunque no haya de llevarnos a ninguna parte, al menos el camino recorrido es lo suficientemente agradable por sí mismo como para no dejar que crezcan en él las malas hierbas. 

¿Qué te gustaría haber sido si hubieses podido elegir una profesión diferente? Novelista. ¿Qué es lo que más alegría te produce cuando te sientes triste? Escribir. ¿En qué te agradaría ser especialmente hábil? Escribiendo. He aquí mis respuestas. 

Dudo mucho que ningún poeta vaya a retorcerse en su tumba por culpa de mis escritos. No creo que a nadie haga daño que utilicemos nuestra libertad para escribir lo que nos venga en gana, para experimentar con palabras, ritmos y métricas. Además, la palabra escrita tiene una enorme ventaja, y es que este es uno de esos ámbitos en los que el ser humano puede ejercer su libertad, escogiendo lo que desea leer y lo que no. Es tan sencillo elegir una lectura, tan fácil saltar de un libro a otro, como de un perfil a otro de Twitter. Razón ésta por la cuál me resulta de todo punto inútil y ciertamente estúpido, obligarse a sufrir con los ripios de alguien que no nos agrada.

Por mi parte, sólo me queda añadir una cosa: a ti que me lees, GRACIAS.


7 de abril de 2014

Sueña




La noche es mi consuelo,
La negra luz del día.
Lugar donde los sueños
despliegan rebeldías,

Donde nuestros desvelos
se tornan naderías,
y las grandes pasiones
lo normal de la vida.

No te rindas, mi dueño,
no cejes, vida mía,
Si te quedas te enseño
a soñar todavía.